Muchas veces he aprendido a querer sin ser querido, y ahora justo en este momento he aprendido a querer sin esperar nada a cambio...
Las locuras que forman la vida, formas sin forma recuerdos sin cuerpo, visibles estelas de las primaveras como pueblos surgidos de la eternidad, hay locuras que en la primavera se perderán como hojas que el viento arrancara arrastrando para fundirse en las formas que la libertad exclama y que del silencio les clama un grito de respeto y justo ahora en donde el sueño termina empieza la prisa de aquellas ciudades, como trapos sucios vestidos de fin, y las partes que otoño llega rojos y ocres y distintos soles y distintas lunas, estrellas que se miran por el día, composiciones que del rió lloran los ahogados, las vísperas distintas de las formas mismas de las partes racias, de las formas patrias que de los olores claman y las iras que distintas pasajeras, extrañas y difusas almas que de la sierra exclaman sus varias figuras sus mismas esencias, y las voces tales y los cuerpos lagos de memoria y sabias, para saber que funesto fue nuestro encuentro al nacer, de las aguas tranquilas que nuestra alma añora y nuestros cuerpos extrañan con las distantes memorias como sueños diferentes de las brisas y del frió que suscitan las ganas de correr, partir, huir y saber los tribales sonidos de un corazón agitado, después retozando quieto como a la orilla de un rió, caminar entre el polvo, racio inhóspito y legado desde los antiguos del tiempo, en que las sombras escuchan el quejido de la tierra. Y ganas de ser visible, invisible y ausente vestido de ágora, de multitud, de raros y escasos sueños, que se funden en la vida, a la par de los colores, de los grises y los tonos que difunden el rastro de sentimientos mundanos, para clamar presentes, aplastados e incesantes, las verdades sempiternas, fulgores de madrugada que recuestas en la cama a la hora de las huestes, de los tribales nocturnos y ritos de pequeñas muertes…
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